Últimamente percibo mi mente en dispersa actitud... Merodean por allí tantas y diferentes circunstancias que hasta mi habitual predisposición a escribir sobre todo lo que se me arrima, me resulta -por estas horas- huidiza. Casi, casi, que me estoy odiando a mí misma por tamaña contingencia...
Me siento (y me veo) reticente a darle forma en estos momentos al cúmulo de ideas que a modo de estampida está invadiendo mi zona gris... ¿¿Será el Covid?? ¿Acaso el cuidado -sin temor- de no contagiarme, es el muro de contención para esa infinidad de palabras que intento volcar en un escrito que luego veré de ver (con beneplácito) publicado, leído, criticado y compartido..? ¿O serán las mismas y repetidas idas y vueltas de una realidad política nacional, lo que me impide hoy redactar una opinión que nadie me pidió que diera pero que quiero dar igual?
Mientras trato de atrapar a la madre del borrego, decido moverme atrapada yo en las Redes: "¿Qué está pasando?", me pregunta Twitter; "¿Qué estás pensando, María Eugenia?", inquiere Facebook... ¡Paren, chicos, paren! La razón de mi atascamiento es saber que se aproximan las "PASO" y paso a paso estoy cayendo en la cuenta de que mi actual gobierno hará todo tipo de malabares para frenarlas. Y eso me deja sin palabras y tratándose de mí y de mi compulsivo gesto de volcarlas donde sea, es grave. He ahí la cuestión.
Entonces -y merced mi crónico hábito del "pienso luego escribo"-, pienso que todo lo que está pasando en mi país es una reverenda cagada. ¡Ojo! Que el padecer aumentos semanales de combustibles, pagar cada día más caro lo que compramos, o el terminar comiendo Polenta con grasa picada; es lo más leve que podría pasarnos... Hay cosas peores. Me refiero a lo sutil. Lo delicado. Lo oculto. Lo imperceptible, mi querido lector; lo que no se da a conocer, ¡eso es lo que debería angustiarnos! Lo tramado por almas viles (especifico para que me entiendan) es lo que hoy debería empujarnos a las calles para decirle a esta gente que eventualmente está por sobre nosotros: ¡"Guay, muchachos peronistas, se están yendo al carajo"!
Así que sigo pensando -ya que es gratis e indemne a cualquier inflación virósica- (que en verdad no sé lo que significa pero es una palabra esdrújula y de cuatro sílabas que me es afín por este tema de la Cuarentena) y luego de pensar disemino, extiendo, desparramo vocablos para inocularles mi sensación actual; para inyectarle a quien me lea, mis síntomas del día de la fecha. Para contagiarlo, por supuesto. Por eso mientras busco afanosamente mi voluntad de escribir para publicar y que me lean y que me blá, blá, blá; les adelanto el bosquejo de un escrito aún no editado:
"Todo este asuntico de instalar en la sociedad que aquellos opositores a las políticas del actual gobierno somos "odiadores", es una patraña. Vil patraña. Humana, fundamental y básicamente porque no está mal ni es perjudicial odiar aquello que te está aniquilando cotidianamente. Odiar, no siempre es malo. Odiar lo malo está bueno. Odiar lo malo está bueno. (Repetir hasta asimilarlo). Entendamos que "amar" a quien se está dando la gran vida mientras vamos de mal en peor, no sólo es nocivo sino que es enfermizo. Sanemos. Aprendamos a odiar lo que nos destruye. (Y que "el amor vence al odio" se lo hagan creer a Magoya!).
AMOR Y ODIO. Cada uno de esos afectos existen y existirán, de modo independiente. Se pueden reemplazar pero no vencer.
Por eso y dado esto de los relatos construidos y contraídos por muchos fanáticos, os advierto: Escarbé en los cimientos de las actuales políticas gubernamentales y me encontré con que los arquitectos del mal, construyeron el "Club de los odiadores" en el centro de su aberrante estructura. Para sostenerse. Para afianzarse. Para apuntalarse. Pero todos sus peldaños se dirigen a una única y obscena intensión: Demolerlo. Dinamitar ese estrato social que ellos mismos crearon. Discriminar a los "odiadores seriales" y extinguirlos. ¿Entienden su mensaje subliminal? Inquiero yo, ahora: ¿Logran captar la manipulación dialéctica que esconde la citada frase "El Amor vence al odio"? Nos sugieren. Nos inducen. Nos conminan. Nos obligan a no odiarlos. Hay que amarlos. Destruyan lo que destruyan... ¡Tenemos que amarlos!
María Eugenia La Rocca