Mi primer encuentro con la prostitución fue de chica cuando acompañé a mi mamá a Buenos Aires a hacer las compras para el negocio, afiné la vista y noté ese poste lleno de papeles coloridos con mujeres y números de teléfono. Algunas en ropa interior, otras en culo, algunas con frases obscenas. No hubo vuelta atrás.
Noté otro poste, repleto. El container para la basura parecía el lienzo de esa obra de arte de poses eróticas, más ojetes, más tangas, más números de teléfono. Todo construido en papeles mínimos. Después una pared, otro poste, otro container, otra pared. Y así.
Entendí, automáticamente, que así como estaban los papeles de las rotiserías con el menú y el precio, esas mujeres se vendían.
Esos papelitos cambiaban de diseño según el público al que se dirigían. Papi, bebé, llama, soy tuya, hagamos realidad tu fantasía.
Vi un chico pegándolos. Voligoma en una mano y papeles en la otra. No debía tener más de 16 años y los pegaba a la velocidad de la luz. "Le debe dar vergüenza" pensé porque a mí me generaba eso verlos.
Pero la mayor sorpresa fue ver a una mujer de unos 60 tomar los papelitos. Sentía que los ojos se hacían tan grandes que se me iban a salir.
¿¡PARA QUE LOS QUIERE?! Sacaba uno y otro, despegaba toda la hilera que el chico acababa de poner y retomaba su tarea en otra hilera, otro poste, otra pared, otro container. Hizo un generoso bollo y los tiró.
Me llevó varios años aceptarme feminista o darme cuenta que lo era. Otros tantos formar una opinión sobre la prostitución o el trabajo sexual. Muchos más años me llevó amigarme con mi cuerpo, abrazar mi sexualidad y despegarla de todo lo negativo que la rodeaba.
Las únicas cosas que siempre tuve en claro fueron: jamás apoyar nada que haga desaparecer a mis hermanas, jamás apoyar nada que contribuya a los abusos sexuales que sufrí en carne propia, jamás ser parte ni avalar a la cultura que alimenta el concepto/idea/imagen de mujeres como objeto sexual que a su vez alimenta a los hombres a la cultura de la violación. Del papi, bebé, vení, llámame, soy tuya, hagamos realidad tus fantasías. Fantasías que se basan en satisfacer la necesidad del poderío masculino bajo formas que parten de la violencia o la fuerza y derivan en desaparecer, violar, abusar, matar.
Apoyar siempre el consentimiento, la palabra. La libertad de los cuerpos para el goce sin que eso requiera el sometimiento de otra/o/e. Reafirmar y sostener que 'mi cuerpo mi decisión' no nació del egoísmo sino que es grito colectivo, es representación. Es deseo para una y para todas.
Que una puede mostrarse como desee en cualquiera de estos medios o redes de comunicación, de contacto, de difusión. Pero encarnar, figuras públicas y no públicas, posiciones banales y livianas es, incluso, peligroso para una misma.
No todas lo entendemos al mismo tiempo. No todas debemos entenderlo de este modo. Solo comparto los años que me llevó replantear la sexualidad. Desde un lugar subjetivo y otro objetivo. Mi sexualidad y la sexualidad en general desde la óptica feminista que decidí adoptar, que es la que considero más justa.
Los años que me llevó entender la acción de esa mujer que arrancaba los papelitos. Los años que llevo ya haciendo carteles y compartiendo lo más rápido posible cada difusión cuando desaparece una piba porque sabemos las probabilidades de que el final sea el más temido: la trata, una violación o un femicidio.
Debemos respetar todas las voces en el feminismo. Pero tomar postura con toda la información y todas las experiencias que hoy tenemos al alcance de nuestra mano, de nuestro teléfono, de nuestra biblioteca amiga. También debemos reubicar la ira.
La trata la manejan los jueces, políticos, empresarios y policías. No Jimena Barón, aunque nos joda su liviandad y complicidad con el sistema mientras la empoderan las banderas del feminismo que levantamos por las mujeres que nos faltan. O porque queremos volver a casa sanas.
Publicado por Josefina Poy en Facebook, el 5 de febrero de 2020.